La desconocida
No tardé
en darme cuenta de que, aunque la desconocida pronunciaba sonidos articulados y
parecía tener su propio lenguaje, ni la entendíamos los de la casa, ni
ella nos comprendía a nosotros. Los sonidos que emitía no se parecían a ninguna de
las lenguas que hablábamos los nativos. La desconocida parecía cada vez
más nerviosa. No dejaba de señalar al exterior, a sí misma y a todos nosotros,
como si un grave peligro nos acechase. Puedo decir que nunca vi, en mi vida,
una cara que reflejara tanta desesperación y miedo.
Todo sucedió
en menos de un minuto. De repente, y sin apenas darnos tiempo de reaccionar,
cayó abatida de rodillas sobre la alfombra y un grito desgarrador salió de su
garganta al tiempo que la puerta de la casa se abría con gran estruendo y siete
enanos, a cada cual más terrorífico, irrumpían en la estancia al grito de aihooooooo. Hasta que no me fijé bien no
vi que entre las armas que cada uno portaba había hachas, bayonetas, machetes,
dagas y hasta katanas.
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