Uno es mileurista. En castellano, el sufijo -ista sirve, o bien para señalar preferencias e inclinaciones, o bien para designar determinadas profesiones u oficios. Pero quien cobra sólo mil euros al mes no lo hace ni por gusto ni porque esa sea su especialidad, sino porque no tiene más remedio. No es partidario, sino víctima. Lo correcto, de admitirse el término mileurismo, sería hablar no de mileuristas, sino de mileurizados, marcando entre ambos papeles las mismas distancias que fijamos entre los esclavizados y los esclavistas.
Parecido rechazo me produce que se hable de las lenguas “minoritarias” que existen en España. Y no sólo porque alguna de esas lenguas cuente con más practicantes que otras admitidas en la Unión Europea como oficiales, sino también porque resulta irritante la presunta asepsia de su propia catalogación. Descritos como “minoritarios”, se diría que se trata de idiomas que no han alcanzado mayor desarrollo porque se han mostrado históricamente poco aptos para comunicar pensamientos y sentimientos, cuando lo cierto es que son lenguas venidas a menos a bofetadas, por culpa de la represión que su uso ha acarreado, y no sólo durante el franquismo, sino desde siglos atrás.
No son lenguas minoritarias, sino minorizadas. Conviene llamarlas así, aunque sólo sea para forzar que se discuta sobre algo que muchos preferirían dejar en silencio. O convertirlo en lo contrario.
Enlace al artículo completo:
- Javier Ortiz: Eufemismos en la trastienda (Público).
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